En este espacio se comparte una síntesis del texto de Antoni Brey que se titula La Sociedad de la Ignorancia, en el cual plasma una reflexión sobre la relación del individuo con el conocimiento en el mundo hiperconectado.
El autor comienza el texto señalando que se encuentran en malos tiempos para el estudio de la física, en el sentido de que el número de jóvenes que desean estudiar y entender la teoría de la representatividad general se puede contar con los dedos de una mano. La situación se puede interpretar como algo comprensible, que tiene relación con lo que hoy frecuentemente se exige del sistema educativo, que es producir lo que demandan las empresas y el tejido productivo de un país a fin de contribuir al progreso colectivo.
La elección de los jóvenes no es más que el reflejo de las prioridades de la sociedad, que funge como un indicador para identificar las tendencias que ponen de manifiesto una inclinación colectiva hacia lo pragmático y un desinterés por el conocimiento como fin en sí mismo. El autor señala que, en lo anterior, no habría nada preocupante si no fuera porque implica cierta contradicción entre la realidad del mundo en que vivimos y uno de los pocos discursos centrales en estos días, que es el de que nos encontramos encaminados hacia una nueva utopía denominada Sociedad del Conocimiento, cuyo término fue acuñado por Drucker en 1969, y en el cual planteó la relevancia del saber como factor económico de primer orden, es decir, introdujo el conocimiento en la ecuación económica y lo mercantilizó.
El término ha trascendido después de tantos años, convirtiéndose en un lugar común, en el que los políticos, académicos y demás personas lo insertan en sus discursos. La Sociedad del Conocimiento se ha convertido en una nueva utopía, en una esperanza para tiempos desesperados, casi en la única expectativa colectiva que permite mirar hacia el futuro con cierta ilusión, aun cuando se deben hacer equilibrios para evitar desatar nuevos temores como: el uso excesivo de la tecnología y un incremento sustancial de la eficiencia productiva podrían dejar a mucha gente fuera de los circuitos generadores de riqueza. Esta Sociedad del Conocimiento, no es más que una nueva etapa de un sistema capitalista de libre mercado, que aspira a poder seguir creciendo gracias a la incorporación de un cuarto factor de producción, que es el conocimiento, al clásico trío formado por la tierra, el trabajo y el capital.
Según el autor, el discurso actual da por sentado que las nuevas herramientas para manipular y acceder a la información nos van a convertir en personas más informadas, suposición que pone de manifiesto las connotaciones utópicas del concepto de Sociedad del Conocimiento. El conocimiento es definido como un producto, es el resultado de procesar internamente la información que obtenemos de los sentidos, mezclarla con conocimientos previos, y elaborar estructuras que nos permiten entender, interpretar y, en último término, ser conscientes de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos; es el fruto de productos mentales, lo que proviene del exterior es, simplemente, información. Gracias a la razón es que se puede acceder al conocimiento de toda la realidad.
El tipo de conocimiento que subyace de forma subliminal tras esta utopía de una Sociedad del Conocimiento, ya que este debería proporcionarnos una mejor y más completa comprensión de la realidad, disminuye. Gracias a la tecnología vivimos en una Sociedad de la Información, que ha resultado ser también una Sociedad del Saber, sin embargo, no nos encaminamos hacia una Sociedad del Conocimiento, sino todo lo contrario. De acuerdo con el autor, las mismas tecnologías que hoy articulan nuestro mundo y permiten acumular saber, nos están convirtiendo en individuos cada vez más ignorantes.
La Sociedad de la Ignorancia es el corolario inevitable del mundo que hemos construido, o más bien, que se ha ido formando a nuestro alrededor, porque aunque es obra de nuestras acciones, no lo es de nuestras voluntades; emerge como una consecuencia lógica de nuestra evolución y no es más que otra de las múltiples caras de la realidad en la que vivimos inmersos, ya que en un mundo hiperconectado gracias a las nuevas tecnologías, nuestra capacidad para acceder al conocimiento se ve inexorablemente condicionada por dos factores que son la acumulación exponencial de información, y las propiedades del medio como herramienta de acceso al conocimiento.
Estamos rodeados e inundados de información de todo tipo, todo está al alcance del teclado y el ratón. Dicha situación, en lugar de permitirnos componer una visión cada vez más completa y exacta del mundo, a menudo nos lo muestra más caótico y desconcertante que nunca; la información disponible y el saber acumulado se han vuelto completamente inaprensibles para una mente humana que, al fin y al cabo, sigue constreñida por sus limitaciones biológicas.
Nos encontramos en una intoxicación por exceso de información, que se traduce en una dificultad creciente para discriminar lo importante de lo superfluo, y para seleccionar fuentes confiables de información. Una muestra que denota la falta de capacidad crítica es la facilidad con la que proliferan y aceptamos conceptos como el de la generación Einstein. También proliferan individuos incapaces de concentrarse en un texto de más de cuatro páginas, estudiantes que confunden aprender con recopilar, entre otras cuestiones. Si bien es cierto que el nuevo medio pone a nuestro alcance todo el saber disponible, no implica necesariamente que seamos capaces de sacar provecho de él.
Hoy en día es habitual realizar varias actividades mediante la tecnología, pero el inmenso caudal de información que recibimos y que debemos gestionar amenaza con provocar nuevas formas de ansiedad. La comunicación mediante la tecnología y el internet nos está privando de la serenidad que nos aportan los reductos de soledad, y nos convierte en seres puramente relacionales que cada vez pasan más tiempo ubicados en universos paralelos desconectados de la realidad. La virtualidad tendrá una influencia decisiva sobre las personas, del mismo modo que la tuvieron otras incorporaciones culturales, lo que llevará a una confusión para poder distinguir entre la realidad y la virtualidad.
La situación que se presenta lleva a pensar en la imposibilidad de que existan, si es que alguna vez han existido, sabios, personas con un conocimiento extenso y profundo de la realidad que les permite entenderla e interpretarla como un sistema integrado y completo. Si bien no existen sabios, sí existen expertos, ya que sigue estando en nuestro alcance adquirir conocimientos profundos en algún campo específico e incluso acceder temporalmente a la frontera que el saber humano establece. El autor enfatiza en que ciertamente vivimos en una sociedad de expertos, donde la labor de estos constituye la pieza central del motor que sustenta el crecimiento económico de nuestra sociedad, una dinámica de progreso que hoy pasa inevitablemente por investigar, desarrollar y trasladar la novedad, lo antes posible, al terreno productivo.
En este sentido, el experto constituye la materialización de la sociedad del conocimiento; asimismo, la generación del saber ha dejado de ser una tarea individual para convertirse en una empresa colectiva, en un sistema plenamente organizado que posee su propia burocracia, sus reglas, sus objetivos, sus estructuras y sus mecanismos de recompensa y castigo. La masa ingente de técnicos, especialistas, profesores o investigadores no se dedica a satisfacer las inquietudes intelectuales, sino a aquello para lo cual se les paga: adquirir un conocimiento especializado y ser productivos. A fin de cuentas, son trabajadores, mano de obra cualificada donde cualquier actitud excesivamente crítica desde el interior del sistema está condenada a provocar dudas sobre su honestidad.
De acuerdo con el autor, cabría esperar que en una Sociedad del Conocimiento el saber de los expertos, más allá de sus resultados productivos y comerciales, fluya hacia el resto de la sociedad, no obstante, actualmente no sucede así y nadie lo pretende, entonces, el experto, cada vez más, es ignorante del saber de otros campos; cuando este cierra la puerta de su despacho y se va a casa se convierte en uno más; fuera de su especialidad, pasa a formar parte de la masa.
Uno de los rasgos esenciales de la masa es la ignorancia, pues masa es lo que resulta de extraer el componente de sabio y el de experto. Se ha incrementado el nivel cultural de la población gracias al esfuerzo de la educación generalizada, sin embargo, no se han producido grandes cambios en el nivel cultural de la masa a pesar de la acumulación exponencial de información y de las potencialidades de las nuevas herramientas tecnológicas que nos tenían que situar en la Sociedad del Conocimiento.
Muchas de las tensiones que rodean a la educación son expresiones de las contradicciones en los valores y las prioridades de la sociedad, forman parte del precio que se ha de pagar por vivir en un entorno opulento, al cual no se está dispuesto a renunciar. No es posible pedir una cultura del esfuerzo a los estudiantes si en la realidad en la que viven inmersos predomina el valor del ocio y la diversión, actividades que no se pueden dejar de lado porque son parte importante del bienestar personal. Pretender eliminar la ignorancia a través del sistema educativo propio de la Sociedad de la Ignorancia es una paradoja irresoluble; la masa es más ignorante, al menos cuando concluye su etapa de formación inicial. Disponemos de mejores herramientas para acceder al conocimiento, sin embargo, este sigue adquiriéndose mediante la formación, ya que no existe un implante cerebral que permita ampliar nuestro conocimiento.
Aprender a ser más productivos, es hoy una parte más de nuestro trabajo, nos vemos obligados a dedicar cualquier esfuerzo intelectual a intentar no quedar rezagados, no dejando tiempo para otras cosas, ya que lo urgente no nos permite hacer lo importante. Este escenario parece ser que nos aleja más de lo que se tendría que esperar en una Sociedad del Conocimiento.
El gran cambio que consolida a la Sociedad de la Ignorancia no es que esta se vea favorecida por las nuevas formas de comunicación y en la práctica campe a sus anchas, sino que ha sido aceptada, asumida y, finalmente aupada a la categoría de normalidad. De forma progresiva, la ignorancia ha ido perdiendo sus connotaciones negativas hasta el punto de llegar a prestigiarse, es admitida sin ningún reparo en los modelos de éxito social; cualquiera, independientemente de su formación y aun dando muestras evidentes de su falta de cultura, puede acceder a lo más alto de la estructura social. Difícilmente alguien se atrevería, hoy en día, a autocalificarse como intelectual por el temor a quedar revestido de todas las connotaciones actuales del término: pretensioso, improductivo, aburrido, por mencionar algunas.
Para finalizar, el autor recalca que la Sociedad de la Ignorancia es el estado más avanzado de un sistema capitalista que basa la estabilidad de la sociedad en el progreso, entendido básicamente como crecimiento económico. Esta sociedad adquiere todo su sentido en el contexto de las nuevas generaciones que la protagonizarán, asimismo, nos lleva a identificar la existencia de varios riesgos potenciales como el riesgo social, ya que están naciendo nuevas fuentes de desigualdad; el riesgo de la peligrosidad de ser ignorantes en momentos donde deben afrontarse retos cruciales cuyo desenlace depende de nuestras acciones; y el tercer riesgo, que tiene que ver con el lugar que ocupará esta sociedad en el individuo.
La sociedad de hoy en día es el resultado de un largo proceso de individualización que ha desplazado gradualmente el ámbito de la decisión sobre lo que es bueno o malo, adecuado o inoportuno, deseable o despreciable, desde el grupo a la persona. El autor sugiere que deberíamos reflexionar sobre el supuesto camino que nos está llevando a una Sociedad del Conocimiento, ya que el actuar va por el otro lado, hacia una Sociedad de la Ignorancia que se enfoca, en última instancia, en una disolución del individuo.
Referencias
Brey, A. (2009). La Sociedad de la Ignorancia. En A. Brey, D. Innerarity y G. Mayos. (Eds.). La Sociedad de la Ignorancia y otros ensayos (pp. 17 – 41). Infonomia.
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